martes, 31 de enero de 2017

La energía plutoniana

¿Los astros nos cuentan nuestra propia historia? ¿O somos nosotros los que construimos la nuestra bajo su atenta mirada?


Sea como sea, siempre me ha interesado el Zodíaco: desde que era muy pequeña he sentido mucha curiosidad por esto de los signos del horóscopo, las compatibilidades, las cualidades de cada uno, etc. Pero yo, en mi ignorancia vital sobre muchos asuntos, me quedé ahí, sin investigar más sobre el tema. Hasta que hace unos meses descubrí lo que es una "Carta Astral", y me pareció algo muy interesante (sobre todo si quieres matar el tiempo de alguna manera, como me pasaba a mí).

La Carta Astral o Carta Natal es un diagrama usado por los astrólogos que representa las posiciones de los planetas del sistema solar en relación a su emplazamiento en los diferentes signos y casas astrológicas en el momento y lugar en los que nació el individuo. O sea, que dependiendo de cuándo hayas nacido (fecha y hora) y dónde (latitud y longitud), tendrás una Carta Astral u otra. Ya no valdría con decir soy "tal signo" y tengo "estas características", sino que las características vendrán determinadas por las posiciones, conjunciones y relaciones entre los astros en el momento de tu nacimiento, que pueden llegar a ser muy complejas. Así, explicado muy someramente.

Hasta que descubrí todo este universo, nunca me había llegado a interesar por el significado del planeta Plutón (regente de Escorpio), pero vi que en mi Carta Astral, Plutón está en la casa 7, y en Escorpio. Me dije "vaya movida, esto tiene que significar algo, ¿no?".

Plutón es el símbolo de la transformación o metamorfosis. Representa la regeneración tras la detrucción: el Áve Fénix que resurge de sus cenizas. Muestra en qué medida estamos dispuestos a cambiar nuestro ser, y si somos capaces de hacerlo. Se asocia con la muerte y la sexualidad, con las cosas que permanecen ocultas al control emocional. La casa en la que está Plutón en la Carta Natal representa una parte profunda de nuestro ser que debemos encarar y transformar como algo positivo, algo muy relacionado con la superación personal. Guau. Y yo lo tengo en la casa 7, que es la casa de las relaciones

Plutón en la casa de las relaciones representa la necesidad de establecer relaciones simbióticas y apasionadas, de dominar o ser dominados, poder hipnótico sobre los demás, gran atractivo sexual, competitividad y luchas de poder en las relaciones... A través de las relaciones de pareja se proyecta la propia sombra y las debilidades en la otra persona, sin ver las de uno mismo. La energía plutoniana en la casa 7 hace que haya mucha tendencia a debates y discusiones que muchas veces degeneran en batallas cuando hay algún punto en el que no se está de acuerdo, de manera que el individuo tiende a exponer y dañar a los demás, pero no con el objetivo de hacerles verdadero daño, sino para hacerles conscientes de sus debilidades e intentar ayudarlos a salir de su error, haciéndolos "a su imagen y semejanza". La energía plutoniana bulle por dentro, y las frustraciones y fricciones que provoca en el plano de las relaciones, tanto de amor como de amistad, hacen que ahuyenten a la gente, o al revés, que se vean obligados a quemar puentes y romper lazos, sin entender exactamente por qué. Normalmente, suelen romper sus relaciones amorosas para forjar nuevos lazos o para buscar a alguien nuevo con quien comenzar otra relación. Y se sienten atraídos por personas con rasgos "plutonianos", incluyendo, claro está, a las personas bajo el signo de Escorpio. 

Bueno chic@s, este es el resumen de la historia de mi vida. Cuando leí estas palabras me sentí muy dolida, porque quizá también sea una forma extremista de expresar las cualidades de este emplazamiento, pero me sentí innegablemente identificada. ¿Por qué cuando alguien no me entiende,  o simplemente cuando intento ayudar a alguien que creo que está haciendo las cosas mal en la vida y no se da cuenta, me enzarzo en discusiones intensas e interminables? ¿Por qué me he visto emocionalmente obligada a romper absolutamente todos los lazos de amistad que tenía cuando sentí que no me valoraban o que no me entendían? ¿Por qué finalicé mi relación de pareja cuando me di cuenta de que me estaba perdiendo algo? ¿Será por esta energía plutoniana: la muerte y la transformación? Por no hablar de mi atracción por personas bajo el signo de Escorpio, que es fuerte, intensa y muchas veces... frustrante, pero siempre transformadora, para bien o para mal. 

A veces me pregunto si todo esto tendrá relevancia real en el mundo o si serán un conjunto de tonterías sin sentido. Me pregunto si esto determina que mis relaciones personales vayan a ser complicadas durante el resto de mi vida (tal como han sido hasta ahora), o si tengo la capacidad de cambiar esa circunstancia, o al menos aprender de errores y cicatrices pasadas para hacer menos daño, tanto a mí misma como a los demás. Porque algo que sí identifico es ese patrón autodestructivo en mis relaciones personales.

El caso es que ahora que Plutón transita Capricornio y el mundo está en crisis, es un buen momento para pensar en estas energías plutonianas, en esta oportunidad para la transformación y el cambio. Y más ahora que mi micromundo también se está transformando profundamente y yo estoy cambiando en muchos sentidos. Esta es la energía de la vida y de la muerte, que nos transforma, pero solo si queremos; que cambia nuestra manera de entender la realidad, pero solo si lo permitimos o si estamos dispuestos a correr el riesgo. Ahora mi misión será sacar algo positivo de todo esto, sea cual sea el desenlace.

¡Nos vemos en el próximo té!

miércoles, 25 de enero de 2017

Perderse y encontrarse

Es curioso cómo uno se pierde y se encuentra...


Es curioso cómo las dificultades que se van interponiendo en tu camino te van cambiando poco a poco, sin que te des cuenta, hasta el punto que terminas perdiendo de vista tus deseos e inquietudes más primarias, olvidándote de qué viniste a hacer aquí. Y de repente, las nubes se despejan y vuelves a ver claro. Es más o menos lo que me ha pasado a mi.

El reto se me planteó cuando me fui a estudiar fuera. Todo me parecía un mundo. Sé que otras personas están contando las horas para que llegue el momento de irse de casa de sus padres a estudiar a la Universidad, pero no era precisamente mi caso. El miedo a lo que me iba a encontrar, cómo iba gestionar el estar en contacto con gente desconocida, lugares nuevos, calles desconocidas, gente desconocida, costumbres nuevas, hábitos nuevos... Me daba la sensación de que no podría con todo aquello. Por eso, cuando llegó la primera noche allí, ya sabía cuál iba a ser mi plan: tener el contacto justo y necesario con todo aquello que me aterraba. Y así lo hice.

El primer año, durante semanas y semanas solamente salía de casa para ir a la facultad y a la estación de autobuses. Mis salidas al centro de la ciudad solían ser solitarias, con un propósito fijo (hacer algunas compras y poco más) y siempre muy programadas: sabía a dónde iría, qué haría y cuánto tiempo me llevaría. Aunque, en honor a la verdad, me gustaba sentir ese gusanillo que te proporciona estrenar esa reciente libertad en una ciudad nueva, sin tener que dar explicaciones a nadie, rumbo a donde quisiera. Pero siempre estaba ese poso de miedo que hacía que todo me resultara difícil, que saliera sola, o que no me atreviera a decirle a alguien que me acompañara. Y poco a poco, te vas encerrando en tu mundo.

El tiempo se pasó muy rápido... ¡cuatro años! Puede que ayudara el hecho de que me centrara completamente en mis estudios y quedara poco tiempo para otras cosas, el ir y venir a casa prácticamente cada fin de semana, porque también sentía que no debía fallar a mis padres en la mala racha que estaban pasando, ya que para ellos reunirnos una vez a la semana suponía un poquito de oxígeno para afrontar los siguientes días con más fuerzas. Otra persona en mi lugar habría afrontado el miedo, la ansiedad y la soledad de forma más constructiva y más abierta, pero en aquel momento no tenía las herramientas necesarias para hacerlo, o al menos para darme cuenta de lo que debía hacer. No todo fue malo, pero sí recuerdo cuatro años duros, con muchas recompensas, pero difíciles y en cierto modo, vacíos de ciertas cosas que para mí eran importantes. 

Cuando la tormenta pasa, comienza a aturdirte el sonido sordo del silencio; quizá sea ese vacío que ha estado presente durante varios años seguidos, esperando a que le prestaras atención. Llegó el arrepentiemiento por el tiempo perdido, y me pregunté si podría haber hecho las cosas mejor. Pues claro que podría haber hecho mejor las cosas, todo siempre se puede mejorar; el problema es que en aquel momento no tenía los medios para hacerlo. Sobreviví con las armas de las que disponía por aquel entonces, y aunque volviera atrás en el tiempo, no lo haría de otra manera, porque ese aprendizaje era necesario para llegar al punto en el que estoy ahora.

Ahora se abre un capítulo nuevo y bonito, aunque un poco agridulce, siendo consciente de todas las cosas importantes que dejé atrás, y lo mucho que podrían haber mejorado si no las hubiera descuidado, pero con la alegría de saber que ahora tengo el tiempo y las herramientas para retomarlas, además de otras muchas fortalezas que, inevitablemente, se han adherido a mí durante el camino. Esto no me hace sino más fuerte, más capaz de ser dueña de mi vida, más consciente de lo que necesito y de lo que no, de lo que no debo perder bajo ningún concepto, de lo que no me hace bien y debo eliminar de mi vida, de lo que me da fuerzas para seguir, de dónde está el epicentro de todo en mi vida... Este es un capítulo para retomar la ilusión de una manera más consciente. Puede que haya perdido algo de tiempo, pero he ganado mucha fuerza. Aquí estamos para seguir.

(... y termino con una canción que me lleva de vuelta a la realidad.)


¡Nos vemos en el próximo té!

miércoles, 11 de enero de 2017

Algo bonito para ti

Hoy quiero dedicarte algo bonito. Algo bonito para ti. No lo hago con la esperanza de que algún día lo leas, sino porque creo que te mereces que alguien te dedique unas bonitas palabras. Por el propio placer que me provoca escribir algo bello para ti. Porque para qué sirven las palabras, sino para expresar lo que sentimos más adentro. 


Hoy me he sentido muy simple porque no he sabido entender tu complejidad desde el principio. He querido entenderte desde una perspectiva analítica y calculadora, desde la estadística de los gestos y las palabras, y eso me parece tan frío... Quizá sea por esa dualidad mía de querer ser tremendamente racional, cuando lo que soy es puramente emocional. El caso es que llevo tiempo queriendo abarcarte en toda tu totalidad, pero he querido entenderte racionalmente para sentirte, y eso es imposible. 

Hoy me he dado cuenta de que no eres el malo, nunca has pretendido serlo, y nunca lo has sido. Si te has sentido mal y te he notado distante no ha sido porque hayas creído que no necesitas a nadie, sino porque no consideraste adecuado mostrarte en un mal momento. Porque al fin y al cabo, tienes miedo a hacerlo.

Hoy me he dado cuenta de la historia que estará detrás de ti, y que yo desconozco por completo. Me he dado cuenta de todas las veces que te habrán roto el corazón y te habrás sentido en caída libre, o todas las veces que has llorado por dentro escuchando una canción, o todas las veces que has sentido esa soledad abrasiva y la necesidad de compartirla, o todas las veces que has sentido que no podía caber más felicidad en ti. O quizás nunca hayas sentido esto último, y eso es lo que más me preocupa. 

Hoy me he dado cuenta de todas las veces que te has sentido solo rodeado de un montón de gente y del miedo que hay detrás de todo eso. Me he dado cuenta que sigues esperando y buscando a alguien ahí fuera que abrace lo bueno y lo malo, con todas sus consecuencias, y que sea lo suficientemente valiente como para llenarse de la vida que a todos nos da tanto miedo. Pero a ti no, a ti la vida no te da miedo, solo los que no saben entenderla. Me he dado cuenta del miedo que sientes, porque aquellos con tanta sensibilidad prefieren que las personas de hoy no entren mucho dentro. Por eso te tomas tus tiempos para plantearte si de verdad alguien merece la pena. 

No puedo pretender poseer lo que es enteramente tuyo. No he hecho más que pensar egoístamente, ¿le gustaré? ¿no le gustaré? Hoy me he dado cuenta de la simpleza de mi preocupación. No puedo estar enfadada contigo porque no actúes como yo espero, o porque no sientas lo mismo que yo. Hoy no puedo estar enfadada contigo, ni creo que lo esté mañana tampoco, ni pasado... porque hoy... hoy te quiero. Pero no es un amor amargo, ni dulce, ni apasionado, ni iracundo, ni rencoroso, ni impaciente. Es un amor que solo siento y que no pienso, no tiene forma ni etiqueta, y eso es tan hermoso que me hace llorar. Pero no es por tristeza o por alegría, es porque viene a mí con toda su fuerza, y me desborda.

Hoy quería dedicarte algo bonito para ti... Espero que allá donde estés, lo sientas. 

martes, 10 de enero de 2017

La sombra que no vemos


Hoy lo he visto claro. Como si me pasara toda la vida por delante antes de morir, porque hoy he vuelto a morir un poco. Hacía años que no le veía en persona y había olvidado lo que me impone. Me jode que me pase esto porque quiero ser una persona un poco más fuerte que no se amilane tan fácilmente. Pero está claro que no lo he superado, y si me volviera a encontrar con él ahora, me pasaría lo mismo. Hay heridas que no se cierran; aunque la realidad es que él no me hizo ninguna, supongo que me las hice yo todas

Me pregunto qué hubiera pasado si yo no hubiera empezado a salir con otra persona; es decir, qué hubiera pasado si no me hubiera rendido con él y hubiera seguido intentándolo. Probablemente no habría salido bien, porque me hubiera encontrado con muchas frustraciones que no habría sabido manejar. De hecho, puede que ahora esté mucho más preparada para enfrentar una relación con una persona como él. Es increíble que después de ocho años (o quizá más) me siga pasando lo mismo, siga sintiendo lo mismo cuando le veo. Habría sido bonito que hubiéramos mantenido el contacto, que no hubiéramos perdido nuestra amistad... y habría sido bonito encontrarnos años más tarde, un poco más reforzados. Quizá entonces habría podido surgir algo mucho más sólido. Pero la realidad es que, desde hace unos años, está saliendo con mi amiga; él tiene sus sentimientos bien atados para que no se desboquen, porque siempre lo ha hecho así y se le ha dado bien, y yo estoy al otro lado de su mirada, destrozándome un poco por dentro, sin poder controlar cómo se va derrumbando toda la historia con la que me había convencido a mí misma de que estoy mejor como estoy. Hay verdades que duelen, sobre todo las que uno se niega a sí mismo.

Me siento muy simple viéndome superada por la presencia de un hombre, porque es algo en lo que no quiero creer. Pero a la vez qué complejo es todo... Sé la teoría: la típica historia de lo que nunca sucedió pero pudo haber sido, el tópico por excelencia de las canciones de amor más horteras, el estereotipo de que la chica debe quedarse suspirando porque así estamos distraídas y no concentradas en nuestros verdaderos problemas... Pero la práctica... ¡ay, la práctica! Entonces ya no es esa historia universal, repetida tantas veces que suena cansina, sino que es mi historia y la de él, mis sentimientos y los suyos, mi angustia que surge a borbotones de las profundidades sin poder hacer nada por evitarlo, los recuerdos que están ahí agazapados, y saltan cuando le miro a los ojos. Es ahí cuando todo me parece un mundo y me pregunto qué me está pasando, por qué sigo permitiendo que ocurra esto y qué puedo hacer para evitarlo. Y mi pregunta es, ¿esto se debe evitar? Rápido llego a la respuesta: evitarlo es lo que me ha llevado hasta este punto. Puede que liberar el dolor sea lo más sensato.

Pero quizá no sea su sola presencia la que me perturba, o el pensar que nunca haya podido estar con él, sino lo que representa para mí la relación que tuvimos, y como acabó todo. ¿Un fracaso, quizá? Culparme durante años por no haber sabido manejar la situación, por no haber sabido entenderle, por pensar que no era lo suficientemente buena para él, enrabietarme pensando qué tiene que tener una chica para merecerse estar con una persona así... no me ha ayudado. Y no solo eso, sino que esos pensamientos se han seguido realimentando en mi subconsciente durante tiempo. Llegados a este punto, he de reconocer que esta frustración ha sido una sombra siempre presente durante mi relación anterior, porque me rendí con él y abracé lo que me resultaba más fácil y familiar. Necesitaba urgentemente que alguien sanara todas las heridas que me había estado haciendo a mí misma, necesitaba alguien que me dijera que me quería, que estaba loco por mí, que estaría dispuesto a todo lo que yo le dijera... De nuevo, ahí tenemos la necesidad de la respuesta inmediata, o la necesidad de encontrar a alguien que haga que te dejes de lastimar emocionalmente, alguien que te ponga las cosas más fáciles. Un bálsamo, por así decirlo.

Como todo lo que ocurre en mi vida empieza y se desarrolla despacio, supongo que dilaté demasiado el momento de volver a pensar en todo esto. Concretamente, ocho años. Estaba demasiado tranquila como para querer revolver viejos rumores del pasado, hasta que sucedió algo que me recordó todo este episodio, y por fin me di cuenta de que esto es una de las asignaturas pendientes más importantes de mi vida. El desafío está planteado. Reencontrarme con él justo cuando estoy en esta encrucijada vital no ha sido casualidad (o quizás si); ha sido un recuerdo de que lo que estoy haciendo ahora, lo estoy haciendo por algo. Es el reflejo que ha estado ahí, esperando a ser visto.

¡Nos vemos en el próximo té!

miércoles, 4 de enero de 2017

Lo relativo de las personas


Ayer, mientras iba caminando por la calle con el peso de los regalos de Reyes sobre mis muñecas y un cierto rubor en las mejillas por el sobreesfuerzo mental, la fatiga, la gente, etc, noté que tenía un hambre terrible: ya hacía horas que había comido y llevaba toda la tarde dando vueltas. Entré en una pastelería y despachando estaba una antigua compañera de clase del colegio. La típica compañera que da muchísima guerra, habla a voces, vacila a los profes y esas cosas. Nunca tuve demasiada relación con ella, pero ahí estábamos: yo pidiendo una caracola con frutas y ella despachándomela detrás del mostrador. Me pareció una situación un poco absurda, porque no tengo la sensación de que el tiempo haya pasado tan rápido, pese a que tengamos ahora 24 años y haga por lo menos diez desde la última vez que compartiera aula con ella. La de cosas que habrán cambiado en nuestras vidas desde entonces. Ella trabaja poniendo cafés, yo en paro después de haber estudiado durante años y años; ella la más habladora de la clase, la de las malas notas, yo la más calladita y la de los sobresalientes... en fin. Cómo etiquetamos y cómo nos etiquetan, es bárbaro si lo piensas.

Siempre he pensado que para tener un trabajo de cara al público hay que valer mucho, ser muy educado, tener capacidades y aptitudes para ganarte al cliente... y ser muy paciente. Es un trabajo de bastante responsabilidad, pese a lo denostada que está la palabra camarero/camarera. Y ella estaba muy comedida, muy cambiada, un poco más gordita quizá, pero ella, enfrente de mi. Supongo que interpretando su papel, o quizá haya cambiado y ya no tenga aquel ímpetu que no le permitía callarse ante nada ni nadie. No hablamos más que lo estrictamente necesario, tampoco tenía claro que ella me hubiera reconocido, pero creo que cuando me vio, hubo una mirada en plan "nos conocemos". Pagué y salí de la pastelería, con mi caracola.

Más o menos enfrente, me topé con un mercadillo de artesanía que se organiza en mi pequeña ciudad cada Navidad. Todavía faltaban veinte minutos para que viniera mi bus a casa, así que decidí darme una vuelta. Y allí me encontré con otra antigua conocida de mi barrio, una chica un poco extraña, que nunca encajó demasiado bien con los demás niños. Yo tampoco encajaba, a decir verdad, pero siempre me pareció que ella estaba en peor situación que yo. Cuando se hizo un poco más mayor se rodeó de amistades poco adecuadas y estuvo dando tumbos durante muchos años. El caso es que allí estaba, tras un puesto de cosas realizadas a mano por ella. Pasé de largo. Esto de saludar a viejos conocidos nunca ha sido lo mío, está claro. Soy demasiado tímida.

Cuando salí del mercadillo, me senté en la plazuela de enfrente a comerme la caracola. En aquellos fríos bancos donde tantas veces me he sentado con amigos de la adolescencia, con el chico que me gustaba, con mi novio... Ahora me había sentado sola. Me puse a pensar en lo relativo que es el tiempo, las personas, las relaciones humanas... Cuando somos pequeños, todo parece mucho más sencillo: las cosas son como son, y luego van cambiando. Y es ese cambio el que nos descoloca: ese cambio es nuestro propio desafío que muchas veces no sabemos entender ni tampoco enfrentar. Ver cambios en los demás es lo que nos hace girar la rueda y vernos a nosotros mismos, para darnos cuenta de un día estamos aquí, en nuestra pequeña ciudad, y mañana estaremos en otro sitio, personal, mental o físicamente. 

Qué efímero es todo... El intenso sabor dulce del centro de la caracola me hace caer en la cuenta de que es hora de levantarse del banco y coger el bus a casa. En marcha. Mañana es día de cambios.

¡Nos vemos en el próximo té!